“¿De qué sirve huir?”

Goethe, Fausto

  1. El río de Heráclito se refleja en el cielo. Es imposible bañarse dos veces en una estampa que fluye y rota sin cesar. Espacio y tiempo son dos coordenadas indisolubles. La turbulencia incesante de la vida. También nosotros somos movimiento que se desliza hacia la Nada a 80 pulsaciones por minuto.

    Levantar los ojos al cielo e interrogarse acerca de su posición en el enigma del cosmos. He aquí un gesto definitivamente humano. La puntual alternancia del día y de la noche. Nubes que pasan. Un centelleo de luces. Sic transit gloria mundi. Todos los proyectos que hemos abordado hasta ahora llevan el signo de la fugacidad. Son expresiones de un presente que se revela inaprensible. Un centelleo de instantes encadenados. Cansado de su sed de infinito, Fausto desea quedarse clavado en la plenitud de un momento. Y, sin embargo, sabe bien que cualquier instante que pasa no es más que un cadáver de eternidad.

    La historia del Fausto de Goethe, cuya primera parte sale a la luz en 1808, ilustra bien la coyuntura histórica que se produce en el amanecer del siglo XIX. Mientras  William Henry Fox Talbot y Daguerre inventan, de forma simultánea, dos modos alternativos de capturar el instante (el calotipo y el daguerrotipo), la filosofía de Hegel anuncia los signos de la muerte de Dios. La fantasía de la vida eterna se disuelve poco a poco dejando atrás el bálsamo de la fe y convocando esa otra ansiedad, igualmente fáustica, de detener el tiempo en la clausura, puntual, de un instante de plenitud. En algún lugar hemos escrito que la ambición de Fausto, la declaración de Hegel y el nacimiento de la fotografía son puntos que se enlazan y definen de una forma especialmente clara las que serán las coordenadas del mundo contemporáneo. El exhorto de Fausto es la invitación a no ceder el papel del sujeto histórico al horizonte emancipatorio de la fe, y, paralelamente, el señalamiento de la tarea, esencialmente humana, de construir un espacio de liberación existencial basado en una ética autónoma capaz de avivar el fuego y los valores de una revolución vigente: libertad, igualdad, fraternidad. Estas son las palabras de Fausto: “Quisiera ver a la multitud así, en constante actividad. Encontrarme en un territorio libre al lado de un pueblo igualmente libre. Entonces, podría decirle al fugaz momento: “No te vayas aún. ¡Eres tan bello!”.

  1. Miramos al cielo. Hemos creado una ratonera óptica capaz de atraparlo. La fugacidad es nuestra condición. Es nuestro oficio. Es uno de los ejes que definen nuestro trabajo. Coleccionamos cielos. Ideamos DISPOSITIVOS DE RESISTENCIA LÍRICA. Militamos en la esperanza. ¿Por qué no?

    La actitud tantalizadora de Fausto, personaje-símbolo que oscila entre la infinitud y el fragmento, es, también, la nuestra. Cazadoras de nubes, conocemos el fuego de la utopía prometeica. Condenadas a vivir en unas coordenadas precisas de eso que se entiende por realidad, buscamos la eternidad del cielo en el instante en que la cámara lo detiene para siempre. Diríase que la de la fotografía es la única eternidad posible.

  1. Nos resistimos, pues, en el lírico enfrentamiento a la caducidad que es inherente a todo aquello que conocemos. A los mil y un aspectos donde espejea, oblicua, la luz de una Razón que no es más que un efecto de poder y de consenso. Pero hay más. La monosemia y el arte son incompatibles. Desplegamos, pues, algún otro aspecto de este proyecto. Sabemos que el resto es obra de quien mira y, al interpretar nuestra obra, hace de ella una recreación personal también cambiante, pues nada se escapa a la condena de la transitoriedad.

  1. Alonso y Marful confluyen en el espacio y en el tiempo un atardecer del año 2000. Madrid. La mesa de un café. Una de nuestras convergencias se sitúa en torno a la filosofía budista. La mirada del zen. La aceptación de la impermanencia que atrae nuestros visores hacia la vejez, hacia las reliquias del pasado, hacia los mandalas, hacia el grito que danza en la infinita hoguera de la carne. Al salir, vemos un cigarrillo que arde por un momento sobre el limpio destello de la nieve.

    Confluimos, también, en estar más ocupadas en la tarea de ser –pienso, luego soy- que en la de poseer. Damos la vuelta al cogito: “pienso, luego poseo”. Nos reímos. Nos divierte la estupidez que aflora en cada ambición de reunir materiales para abandonarlos un día a la orilla del tiempo. Líricamente, nos resistimos a morir, y, líricamente, nos resistimos a habitar en un mundo dominado por el afán de tener más. De tener contra el Otro. De sojuzgar. No obstante, we work for food. Trabajaremos para expresar la idiotez de poseer poniendo a la venta aquello que, por definición, no puede comprarse: el aspecto inconstante de una nube, su “parcela” en el aire, es algo que no tiene valor de cambio. Es, también, lo que, por definición no hemos visto, ya que nuestra mirada no es fotográfica. El ojo humano despliega su actividad en el continuum de la experiencia óptica. La cámara congela fracciones de tiempo que son inaccesibles al ojo del observador. Del mismo modo, podemos encuadrar la toma y llamar la atención sobre un segmento acotado del espacio.  Hemos hecho la fotografía, pero no habremos visto nunca aquello que la fotografía nos muestra. Tampoco habremos visto la utopía realizada, no obstante la utopía se dibuja, segura, entre los rotos arabescos de nuestra voluntad.

  1. Como un sastre metafísico que adaptara las telas a un patrón divino, ajustamos los archivos al número y al formato de phi 1,618…, la Razón áurea que subyace a la formación de las espirales de los caracoles, a las nerviaciones de las hojas de los árboles… Nuestros cielos miden 1,618 m2.

    Cielo nº 12:

    37º52´36.62´´ N, 4º46´41.29´´ O

    elev. 90m.

    18:38:44 P.M.

    Hemos atrapado 12 cielos. Cada uno presenta sus propias referencias: las coordenadas geográficas que un día lo alojaron y amarraron muy corto la flecha del devenir al candor de nuestras referencias espacio-temporales. Llevábamos relojes, calendarios y brújulas. La rueda de los días. Los puntos cardinales.

    Detuvimos en un punto la imagen de un corpúsculo de materia perdida en la inmensidad fugitiva del tiempo. El juego es triple: pondremos a la venta lo que no puede verse, lo que no puede comprarse, aquello cuya forma se escapa a nuestros esfuerzos de comprensión. Un no-lugar. Un no-tiempo. La utopía. La fe. Una filosofía portátil. Una nube parada.

  1. En el Fausto de Goethe Margarita se pregunta, ¿para qué huir?

    Efectivamente, ¿de qué sirve huir si todo en nosotros huye como huye una nube, como el agua del río que nos persigue sin tregua? En el fondo de esa pregunta latía el origen de nuestro segundo dispositivo de resistencia lírica: MEMORIAL DEL AGUA